“Caminamos por la fe no por vista”, dice el himno popular. Para algunos de nosotros, tal vez evoca la escena de La Guerra de las Galaxias donde el futuro de la Alianza Rebelde de repente depende únicamente de la capacidad de Luke Skywalker para lograr una tarea aparentemente imposible, apuntando su arma para disparar con precisión a un objetivo diminuto para destruir la Estrella de la Muerte y evitar la destrucción de la base de la Alianza Rebelde.
Mientras los enemigos giran amenazadoramente a su alrededor, Luke escucha la voz de su mentor y guía fallecido Obi-wan Kenobi suplicándole: “Usa la fuerza, Luke. Confía en mí." En repetidas ocasiones durante el entrenamiento Jedi de Luke, había tratado de superar sus miedos acerca de confiar en la Fuerza, caminando por fe y no por vista. Él quería confiar, pero seguía necesitando la seguridad de sus propias capacidades y sentidos. Sin embargo, cuando finalmente llegó la prueba definitiva, había recibido suficiente entrenamiento y había confundido sus propios sentidos con la verdad suficientes veces, que algo hizo clic. La voz era real, el espíritu de Obi-wan Kenobi estaba presente y Luke disparó su arma. Como era de esperar, acertó en el objetivo y salvó la base.
A veces, como Luke, confundimos las trampas de la religión con lo que Cristo intentó para nosotros: un nuevo tipo de relación con Dios, una que no depende de lo externo, sino que se centra en lo que no podemos ver: una relación que moldea y dirige a todos los aspectos de nuestras vidas. La religión nos ofrece formación. Proporciona apoyo y orientación; nos ofrece alimento espiritual y acompañamiento. Pero a veces confundimos estas cosas con lo que Dios busca para nosotros: una comunión constante, verdadera y permanente que es su propia recompensa.
La pandemia nos ha separado de gran parte de lo que hemos llegado a depender como guías de nuestra fe. ¿Hemos podido escuchar el llamado de caminar en la fe, llevando a los demás de todas las formas posibles, el don que Cristo ha compartido tan generosamente con nosotros que practicamos, por ejemplo, cada vez que partimos el pan en la Eucaristía?
Ayuda, pues, Señor, nuestra incredulidad, y que nuestra fe abunde para llamarte cuando estés cerca, y buscar donde te encuentras.