Un artículo en el periódico de esta mañana relata la conclusión de un estudio de largo alcance sobre el papel que la práctica religiosa juega en el éxito de los jóvenes de la clase obrera en completar la universidad. Los niños que practican la religión en la clase obrera tienen mucho más éxito en comparación con otros niños de la misma clase socioeconómica, para quienes hay una creciente ola de muertes por desesperación (sobredosis, suicidio, etc.), entre otros graves males sociales. El estudio también compara a los niños de la clase obrera con sus compañeros económicamente en ventaja. Estos niños también tienen una oportunidad mucho mayor de completar con éxito la universidad porque tienen ventajas claramente identificables. Tienen modelos a seguir en sus exitosos padres que son profesionales; viven en vecindarios donde la expectativa social es que continuaran y tendrán éxito en la universidad; no tienen barreras económicas para sus aspiraciones; y otras ventajas que los chicos de la clase obrera no tienen. El estudio encontró que la participación de estos niños de la clase obrera en la religión sustituye efectivamente esas ventajas y hace posible su improbable éxito. Uno de los aspectos clave de la participación religiosa fue el impacto de la comunidad y el lugar de los niños en ella.
En el capítulo 4 del Evangelio de Lucas, Jesús comienza su ministerio público de pie en la sinagoga y básicamente proclamando su misión mediante la lectura del profeta Isaías. No es casualidad que Isaías tenga algunos de los pasajes más hermosos y esperanzadores de todas las Escrituras, promesas de lo que Dios hará por el pueblo fiel de Dios, a pesar de sus luchas actuales. Jesús comienza con las palabras: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para traer buenas nuevas a los pobres…" Jesús concluye su lectura afirmando que él ha llegado para ser esa buena noticia. Luego con su ministerio demuestra estas palabras. Dos mil años después, seguimos afirmando ser esa buena noticia como el Cuerpo de Cristo. El estudio descrito anteriormente es un ejemplo del poder de lo que eso significa, literalmente, ser una buena noticia para los pobres. Pero sugiere algo mucho más grande también. Demuestra el poder de la esperanza, no solo para personas como usted y yo, que sin duda se benefician de la elección diaria de ser personas con esperanza basada en nuestra fe en las promesas de Dios, sino también el impacto de esa esperanza en los que nos rodean y en nuestra comunidad. El don de la esperanza que nuestra fe nos ofrece ha de ser apreciado sin duda, pero también es un don destinado a ser entregado, ya que el Cuerpo de Cristo, del que somos parte, sigue siendo una buena noticia para los pobres y los desesperados. A medida que la pandemia se prolonga de manera impredecible y más personas son tentadas a desesperarse, ¿cómo seremos hoy el cumplimiento de las promesas esperanzadoras de Dios?
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