Durante un viaje que hice recientemente por carretera por el estado de Nuevo México, quedé asombrada con la increíble obra de Dios a mi alrededor. La hermosa y diversa topografía, desde las colinas de arena blanca hasta las plantas del desierto y las puestas de sol, las mesetas rocosas y las montañas cubiertas de exuberantes árboles de hoja perenne, tuvo un efecto muy calmante en mi cuerpo, mente y alma. Sentí asombro con el regalo de Dios de la sencillez y la armonía mientras manejaba por el campo.
Nuevo México es conocido como "La tierra Encantada”. Es la tierra de mis antepasados donde las estructuras de adobe, con su diseño único y los colores de los tonos tierra, se mezclan con el paisaje, por lo que no es fácil distinguir los límites entre la obra de Dios y las estructuras hechas por el hombre en el medio ambiente. Todo encaja tan armoniosamente que es tan fuerte darse cuenta del tipo de simplicidad y armonía a la que estamos llamados como cocreadores con Dios.
En su encíclica, Laudato Si, el Papa Francisco habla del mundo, la tierra como nuestra casa común, afirmando que como cristianos estamos llamados a “aceptar el mundo como sacramento de comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta” (como se cita en Laudato Si, # 9).
Hoy, me quedo con una comprensión más profunda de lo que significa aceptar el mundo como un sacramento de comunión, un signo de nuestra comunión con nuestro Dios Creador. ¿Cómo podemos cultivar la virtud de la sencillez y comprometernos con el arte de la vida sencilla para que otros y toda la creación de Dios puedan simplemente vivir? ¿Qué pequeños cambios podemos hacer cada uno de nosotros para lograr una mayor armonía en nuestra relación con Dios, con los demás, con la naturaleza y con nosotros mismos? Encomendamos nuestros esfuerzos a San Francisco de Asís, quien nos muestra “hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior” (Laudato Si, #10).