En uno de los Evangelios de esta semana, el Evangelista Marcos pone en boca de Jesús la siguiente parábola: Con el Reino de Dios sucede lo mismo que con la semilla que un hombre siembra en la tierra, tanto si duerme como si está despierto, así de noche como de día, la semilla germina y crece, aunque él no sepa cómo. La tierra por sí misma, la lleva a dar fruto: primero brota la hierba, luego se forma la espiga y, por último, el grano que llena la espiga. Y cuando el grano ya está sazón, enseguida se mete la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha.
Fijémonos en las diversas acciones que se realizan:
la persona siembra,
la semilla en la profundidad de la tierra germina y crece,
la tierra da fruto por sí sola… posibilita que la semilla dé fruto en un proceso lento y bello: primero brota la hierba, luego poco a poco se forma el tallo y finalmente, el grano va llenando la espiga,
aparece nuevamente el sembrador porque ha llegado el momento de la cosecha.
El sembrador siembra y confía en que la semilla oculta en la tierra, en el momento oportuno dará su fruto. La parábola no lo dice, pero se puede intuir que el sembrador cuida el proceso. Cada día riega la tierra, observa el lento crecimiento, se admira de cada detalle, agradece los brotes, se siente vinculado a la vida que emerge.
Así pasa con el Reino de Dios. Así se va haciendo posible el sueño de Dios para la humanidad y la creación. Su sueño, que se entrelaza con los sueños más genuinos de las personas, necesita de la colaboración de todos y todas, pero misteriosa y sorprendentemente se va gestando por la gracia misericordiosa de Dios. El sueño de Dios se manifiesta en lo pequeño, en lo cotidiano, en lo marginal. Los brotes de vida surgen incluso en medio de la muerte. Es necesaria una mirada transparente para descubrir la vida. Es necesario escuchar atentamente para percibir los susurros de Dios. En el corazón del sembrador subyace una profunda actitud de confianza. Sabe de quién se ha fiado; su amor y su gracia bastan cuando todo se ha puesto en juego.
Te invito a que termines este momento haciendo tuyas las palabras del Salmo 127.
Si el Señor no construye la casa,
en vano se afanan sus constructores;
si el Señor no protege la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.
En vano se levantan de madrugada,
en vano se van tarde a descansar
¡El Señor lo da a sus amigos y amigas mientras duermen!
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