Estoy escribiendo este mensaje el domingo de Laetare. Las lecturas de hoy enfatizan la gratuidad del acto de amor de Dios al enviar al Hijo único por amor a nosotros. Las lecturas también expresan como nos sentimos acerca del exilio cuando estamos separados del amor de Dios. En ese exilio hay un anhelo de volver. La Buena Nueva es que el don del Hijo unigénito de Dios hace posible este regreso, sin condiciones. Cuando lo aceptamos, el don del regreso a casa es nuestro. ¡Esta es una razón para regocijarse!
Acabamos de cumplir un año desde que el coronavirus cambió nuestras vidas. En cierto sentido, hemos sabido algo de lo que es vivir en el exilio, separados de lo que apreciamos, las relaciones, los lugares y las formas de ser que dan forma a nuestra propia identidad. Esta sensación de exilio no es una experiencia completamente nueva para nosotros, aunque puede ser remota. Como nación de inmigrantes, todos llevamos un recuerdo ancestral del exilio de nuestra patria. Los eventos del año pasado nos ha obligado a vivir esa experiencia una vez más. Comprender su impacto nos ayuda a comprender el valor del trabajo que realizamos juntos a través de su apoyo al Instituto Congar. Tiene que ver con el papel central que tiene la Iglesia Católica en la vida de los inmigrantes en este país.
Para muchos inmigrantes hispanos, la Iglesia Católica es un puerto seguro en una tierra extraña, la única parte del hogar con la que pueden conectarse en su tierra adoptiva. La iglesia es familiar aunque no haya sido fundamental en sus vidas en su país natal. Allí se encuentran con personas con las que tienen algo en común. Por lo general, son bienvenidos y no tienen que temer a que los menosprecien o, peor aún, que no los vean. Pueden expresar aspectos de su identidad cultural en rituales familiares. Pueden tener la oportunidad de ejercitar todas sus habilidades como adultos capaces en contraste con las humillantes limitaciones en el lugar de trabajo y en la sociedad que conlleva comenzar de nuevo en un segundo idioma. Juntos, ayudamos a la Iglesia a convocar líderes entre la gente, para ofrecerles una educación más profunda en su fe y el desarrollo de sus habilidades de liderazgo a las que tal vez no tengan otras maneras de acceder. A su vez, ayudan a la Iglesia a estar presente para los tantos inmigrantes que están aquí, buscando con cautela ese tipo de conexión. A través de estos líderes, la Iglesia llega a ellos en su exilio, luciendo como ellos, hablando su idioma, extendiendo una mano amable de bienvenida y viéndolos por lo que son. ¡Esta es una razón para regocijarse!