Tradicionalmente hemos dedicado el mes de mayo a María. A medida que nos adentramos en este mes, quiero mirar a María de Nazareth como la madre de nuestros pueblos que sufren y se desangran en las migraciones. Cuando ella canta el Magnificat, pone su mirada en la misericordia infinita de Dios y en su humilde pequeñez, a la vez que entona un himno de liberación y justicia social. En medio de las terribles migraciones de nuestro mundo, el Magnificat nos recuerda que Dios está del lado de los pequeños y los oprimidos. Él los acompaña mientras cruzan los desiertos, los ríos, las alambradas… Él está con cada hermano y hermana que deja su hogar para luchar por una vida más digna y justa. Él los acompaña cuando se sienten solos y abatidos, sostiene con su fuerza a los que luchan contra la opresión y la injusticia, bendice a los que les ofrecen el gesto y la palabra oportuna mientras caminan.
El Magnificat resalta la inversión de las estructuras de poder en el mundo. “Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. También hoy podemos seguir creyendo que un día, el orden injusto del mundo será invertido y será posible que el lobo y el cordero habiten juntos porque nadie hará ya daño en el Monte Santo. (Cfr. Is 11)