En otoño nuestros sentidos perciben que algo ha cambiado. Los frutos han madurado, las hojas cambian de color e inician el proceso de caída. Las personas que tocan la tierra con sus manos saben que es tiempo de sembrar de nuevo para preparar la nueva cosecha. Es tiempo de soltar el pasado y de recrear el futuro. Es un tiempo propicio para parar, reflexionar, reconocer qué va aconteciendo en el interior de cada persona y en nuestro mundo, para desarrollar la intuición, para aprender a reconocer signos y a percibir más allá de lo evidente.
El otoño nos invita a reconectar con los ciclos de la naturaleza, de la vida…a percibir los cambios que se van gestando en nuestro interior y en el mundo exterior, a sentir cómo transcurren los días y las noches de nuestra propia vida.
El otoño nos invita a adentrarnos en nuestro interior, nos conduce a “casa”, allí donde nos encontramos con lo esencial, con lo que sostiene la vida. Volver al “humus” donde la vida brotar una vez y otra vez y otra vez.
El otoño nos habla del atardecer, de la madurez, del descenso…de las pequeñas muertes que apuntan a la vida verdadera y que nos acercan a la sabiduría.
Nuestra vida es transitoria pero la Vida permanece en la Fuente de la Vida que sostiene la existencia. Otoño nos invita a soltar lo innecesario, a desasirnos de lo efímero, a reconectar con la Fuente interior y a empezar de nuevo. Soltar…despedirnos…agradecer…renacer.
El otoño es como el grano de trigo que para dar fruto ha de caer en la tierra y morir. (Jn 1, 24).
Que conectados/as al otoño, a su ciclo vital, podamos soltar lo que no nos sirve para vivir, recrear nuestro ser profundo y prepararnos para renacer y ayudar al mundo a renacer.
DÍA DE OTOÑO (Rainer Maria Rilke)
Señor: es hora. Largo fue el verano. Pon tu sombra en los relojes solares, y suelta los vientos por las llanuras.
Haz que sazonen los últimos frutos; concédeles dos días más del sur, úrgeles a su madurez y mete en el vino espeso el postrer dulzor.
No hará casa el que ahora no la tiene, el que ahora está solo lo estará siempre, velará, leerá, escribirá largas cartas, y deambulará por las avenidas, inquieto como el rodar de las hojas. Otoño: una señal en el camino
En otoño nuestros sentidos perciben que algo ha cambiado. Los frutos han madurado, las hojas cambian de color e inician el proceso de caída. Las personas que tocan la tierra con sus manos saben que es tiempo de sembrar de nuevo para preparar la nueva cosecha. Es tiempo de soltar el pasado y de recrear el futuro. Es un tiempo propicio para parar, reflexionar, reconocer qué va aconteciendo en el interior de cada persona y en nuestro mundo, para desarrollar la intuición, para aprender a reconocer signos y a percibir más allá de lo evidente.
El otoño nos invita a reconectar con los ciclos de la naturaleza, de la vida…a percibir los cambios que se van gestando en nuestro interior y en el mundo exterior, a sentir cómo transcurren los días y las noches de nuestra propia vida.
El otoño nos invita a adentrarnos en nuestro interior, nos conduce a “casa”, allí donde nos encontramos con lo esencial, con lo que sostiene la vida. Volver al “humus” donde la vida brotar una vez y otra vez y otra vez.
El otoño nos habla del atardecer, de la madurez, del descenso…de las pequeñas muertes que apuntan a la vida verdadera y que nos acercan a la sabiduría.
Nuestra vida es transitoria pero la Vida permanece en la Fuente de la Vida que sostiene la existencia. Otoño nos invita a soltar lo innecesario, a desasirnos de lo efímero, a reconectar con la Fuente interior y a empezar de nuevo. Soltar…despedirnos…agradecer…renacer.
El otoño es como el grano de trigo que para dar fruto ha de caer en la tierra y morir. (Jn 1, 24).
Que conectados/as al otoño, a su ciclo vital, podamos soltar lo que no nos sirve para vivir, recrear nuestro ser profundo y prepararnos para renacer y ayudar al mundo a renacer.
DÍA DE OTOÑO (Rainer Maria Rilke)
Señor: es hora. Largo fue el verano. Pon tu sombra en los relojes solares, y suelta los vientos por las llanuras.
Haz que sazonen los últimos frutos; concédeles dos días más del sur, úrgeles a su madurez y mete en el vino espeso el postrer dulzor.
No hará casa el que ahora no la tiene, el que ahora está solo lo estará siempre, velará, leerá, escribirá largas cartas, y deambulará por las avenidas, inquieto como el rodar de las hojas.