Otra navidad atípica. Lejos de todo lo habitual y conocido. Empezando por el clima. Acostumbrado a las altas temperaturas del Trópico de Capricornio este año pasé las fiestas navideñas con temperaturas muy bajas. Pero lo más duro es estar lejos de mi familia y de los amigos de toda la vida. Tantas cosas son distintas y sin embargo es la misma celebración. Celebramos el amor de Dios por nosotros, los seres humanos, manifestado en Jesucristo. Amor tan grande que no ha tenido inconveniente en descender hasta nuestra condición humana con todas sus limitaciones excepto la del pecado.
Es la experiencia del Amor de Dios la que me ha abierto la mirada para hacerme ver que a pesar de las distancias físicas y afectivas también aquí hay un grupo de hermanos y hermanas que al reunirse comparten la alegría que produce el encuentro con Jesús Niño: es la comunidad cristiana que celebra con el nacimiento de Jesús la posibilidad de una vida nueva para todos. El mejor ejemplo para estos días de alegría es María. Ella estuvo al servicio quienes la necesitaban (concretamente su parienta Isabel) y en ese servicio pudo darse cuenta de todo lo que Dios ha hecho por su pueblo y por ella (Magníficat). Que el servicio en y a través de nuestra comunidad nos traiga la alegría de sabernos amados por Dios.