¿Qué ocurre cuando no se pueden "ver" las señales que hay en el camino? ¿No se supone que las señales nos guían sólo cuando se "ven"? Ayer, la Buena Nueva nos presentó una situación que nos lleva a cuestionarnos, no la necesidad de señales, ni siquiera si "vemos" o si podemos "ver", sino más bien, ¿QUIÉN está viendo? Sin necesidad de repasar la maravillosa narración detallada en el Evangelio de Juan, comenzaré simplemente con la conclusión común que todos y todas hemos oído en numerosas homilías. El ciego fue capaz de "ver" lo que los líderes religiosos (fariseos) y la cultura de la época (los padres ancianos del hombre) no eran capaces de ver: la PRESENCIA de Dios manifestada ante ellos en la persona de Jesús de Nazaret. A pesar de no saber cómo era Jesús, el "ciego" pudo dar testimonio de su presencia sanadora.
Todos y todas nosotras, y durante la mayor parte del tiempo, vamos por el mundo con anteojeras o vendas en los ojos. Las vendas no son obstáculos físicos, sino más bien un flujo constante de pensamientos, o juicios, creados constantemente por la mente, que nos impiden experimentar el MOMENTO PRESENTE tal como Es. Nuestros pensamientos, que son en sí mismos una bendición, pueden impedirnos, y de hecho lo hacen, ver, oír o aceptar la Vida tal y como se nos da en el Ahora. Al "ver" a través de la mente, nos separamos de lo que tenemos ante nosotras de innumerables maneras, en cuanto etiquetamos lo que "vemos". La etiqueta puede ser positiva -qué hermosa puesta de sol- o negativa - "sabemos que este hombre es un pecador". En cualquier caso, mi mente, cuyo trabajo es analizar y objetivar, crea un filtro o cegador, que me separa de la puesta de sol o del hombre. En cuanto eso ocurre, ya no "veo" lo que está Presente, sino lo que he "descargado" de mi cabeza (creencias, ideas, suposiciones, etc.). Pierdo de vista el signo sacramental que tengo ante mí y que es manifestación de la Presencia de Dios, aquí y ahora.
Si mi mente o mi ego o mi falso yo, pues hay muchas formas de referirse a la "persona ciega" que todos llevamos dentro, está viendo, negaremos la Presencia de lo Divino ante nosotras. Pero si es el "Yo soy" dentro de mí (fíjate en que el hombre curado de la historia se refiere a sí mismo como "Yo soy"), mi Verdadero Yo, la imagen y semejanza de Dios que Soy es la que está viendo, entonces acepto todas las señales, no tanto como indicadores, sino como la Presencia de lo Divino. La buena noticia es que nadie nace "ciego" ni hay "pecado" que pueda impedirnos ver. Podemos recuperar la vista cuando nos tomamos tiempo para estar quietos y silenciarnos de todas nuestras vendas automáticas. Cuando silenciemos nuestra mente y aceptemos el sacramento del momento presente, oiremos a Jesús decir: " "Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es". Al continuar nuestro caminar cuaresmal, tal vez podemos dejar de buscar señales y hacer esfuerzos conscientes para permanecer ante lo que Es, en silencio.