Lucas el evangelista dice a menudo que Jesús fue animado (mi palabra) por el Espíritu Santo. "[E]l Espíritu Santo descendió sobre" Jesús después de su bautismo (3:22); "Lleno del Espíritu Santo, Jesús regresó del Jordán" (4:1a). Jesús "fue llevado por el Espíritu al desierto" (4:1b) para comenzar su ayuno de 40 días y encontrarse con el diablo. Después, "Jesús volvió a Galilea en el poder del Espíritu" (4:14). Así que no es ninguna sorpresa cuando Lucas tiene a Jesús de pie en la sinagoga para leer su declaración de misión, por así decirlo, que comienza: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido... '" (4:18a, de Is 61:1).
En sus dos volúmenes escritos precisamente para este propósito, Lucas es paralelo a la animación espiritual de Jesús con la de la Iglesia. ¿Pero quién es este Espíritu en el que Lucas está tan interesado? Bien, la verdadera declaración de misión de Jesús termina con el encargo de "proclamar un año aceptable al Señor" (4:19; Is 61:2). Esto se remonta al año jubilar del Antiguo Testamento (Lv 25), cuando se restablece la intención original de Dios para la creación, donde se restaura la armonía, el equilibrio y la justicia. A su vez, esto nos devuelve al principio, al Génesis, donde el Espíritu Santo está presente y co-crea con Dios. A través del Espíritu, Dios produce la intención amorosa de Dios para la creación. Lo que Lucas hace que Jesús proclame en su declaración de misión es que a través del poder de ese mismo Espíritu, Jesús es, a través de su ministerio y su mismo cuerpo, su presencia (ver 4:21), trayendo esta restauración jubilar. Así, cuando los discípulos de Juan vienen a averiguar por su maestro si Jesús es el Esperado, él responde: "Ve y dile a Juan lo que has visto y oído: los ciegos recobran la vista, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres tienen la buena nueva proclamada" (7:22). El ministerio de Jesús restaura concretamente el reino de Dios.
La segunda parte paralela de Lucas a su Evangelio son los Hechos de los Apóstoles, un libro que se sigue escribiendo hoy. Por eso el tiempo litúrgico que sigue a Pentecostés es el tiempo ordinario. Después de celebrar los tiempos extraordinarios de la Encarnación en Navidad y Resurrección en Pascua, vivimos en el Tiempo Ordinario del Espíritu continuando acompañando y empoderando a la Iglesia -Cristo realmente presente en los fieles- para hacer presente concretamente aquí y ahora el Reino de Dios. La única pregunta real para nosotros es, ¿cómo estamos? ¿Cuán abiertos estamos al poder del Espíritu para restaurar la intención original y amorosa de Dios para la creación a través de nuestras acciones? ¿Qué respuesta convincente tendríamos hoy para los discípulos de Juan?