Estamos convocados por Jesús a ser sus discípulos-misioneros en una comunidad cristiana concreta; para poder cumplir con nuestra vocación-misión estamos invitados a nutrirnos con su Palabra. En ella descubriremos la generosidad de Dios con nosotros, sus hijos creados. En efecto, la parábola del sembrador nos muestra que Dios, Nuestro Padre, bendice con muchísimos dones a la comunidad de discípulos-misioneros. Tanto es así que sus dones sobreabundan; como enseña Jesús las semillas caen por doquier. La parábola además se fija en los frutos que los dones divinos producen en la comunidad. Bendecidos con tantos dones divinos, no podemos menos que cumplir con nuestra vocación-misión y producir muchos frutos.
La única cuestión aquí es si nuestro corazón está dispuesto a descubrir e incluso percibir esos dones y sus frutos; si nuestro corazón desea alegrarse y saborear la generosidad de Dios y la abundancia de vida que esta puede producir. Dejemos que el Espíritu Santo nos guíe y así se encarne en nosotros las palabras de Jesús: “Dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron” (Mt 13: 16-17).