Señor, ¡ten piedad! Las lecturas del domingo ensalzaban la maravilla de la misericordia de Dios. ¿Quién iba a pensar que la misericordia sería un tema controvertido? ¿No es algo que todos necesitamos, siendo los humanos que somos? Sin embargo, cuando el Santo Padre destaca la misericordia como una cualidad de Dios en la que podemos confiar -Dios siendo Dios-, el Papa Francisco tiene muchos detractores. Puede tener su origen en un malentendido de lo que significa la salvación.
No puede significar que hayamos alcanzado la perfección. Ni siquiera los más santos entre nosotros lo son. No hay más que preguntar a cualquiera que conviva con ellos. Quizá sean las personas menos críticas que hayas conocido, pero también pueden ser peligrosamente ingenuas sobre las motivaciones de los demás. A veces, la misma cualidad que otros califican de santa es fuente de gran irritación para quienes tienen que convivir con ella. Pero no necesitamos fijarnos en los miembros ejemplares del Cuerpo de Cristo cuando una mirada en el espejo nos recordará que a este miembro del Cuerpo de Cristo, hecho así en virtud del bautismo y no de mis propias virtudes, le queda mucho camino por recorrer para alcanzar algo parecido a la perfección en la vida que Cristo hizo posible para nosotros.
Entonces, ¿qué es la misericordia de Dios y qué significa para nosotros? Tal vez una buena manera de entender la misericordia sea algo que mi entrenador de liderazgo siempre me anima a hacer: reformular. Tal vez sea una invitación de Dios a replantear nuestra relación, de una relación transaccional que traza líneas y cuenta infracciones en un juego que siempre perdemos (si somos sinceros), a una relación en la que lo que importa son nuestros deseos, las motivaciones que subyacen a nuestra forma de entender y responder a las muchas invitaciones de Dios a vivir de acuerdo con su Reino, a vivir como Cristo vivió. La misericordia de Dios puede referirse a la dirección de nuestras vidas y no a las instrucciones para vivir, un replanteamiento de los 10 mandamientos a los dos mandamientos más importantes resumidos en una palabra: Amor. La misericordia de Dios, algo sobre lo que se han gastado resmas de papel y galones de tinta describiendo, puede ser sobre liberarnos para orientar nuestras vidas más hacia el amor, recibiéndolo y, por ese medio, volviéndonos mejores en darlo.