La lectura del Evangelio de hoy (Lc 11,29-32) es difícil de digerir para los oyentes de Jesús, que se consideran judíos devotos. Ellos conocerían las referencias que Jesús está haciendo: la Reina de Saba era pagana y los ninivitas eran una población conocida por su pecaminosidad. Sin embargo, ambos respondieron bien a los dones que reconocieron en Salomón y en Jonás. Al rechazar a Jesús por parte de sus oyentes, ¡están haciendo que estos otros dos se vean muy bien!
Si leemos esto, no somos como aquellos a quienes Jesús les habla. En cambio, nos parecemos más a los modelos que él les presenta. Hemos reconocido la verdad que Jesús representa. Entendemos la singularidad del acontecimiento que él es para el mundo, “algo más grande”. Le hemos respondido y lo hemos hecho central en nuestras vidas.
Sin embargo, por esta misma razón, a menudo lamentamos lo que parece ser la negativa de la próxima generación a comprender o aceptar este regalo. ¿Qué los haría ciegos a su valor que hemos visto tan claramente y que hemos tenido tan apreciado? Tal vez lo que han rechazado no es a Jesús mismo, sino la forma en que han visto a las generaciones anteriores, incluida la nuestra, malinterpretar, distorsionar o incluso manipular a Jesús para sus propios fines. Podemos aprender mucho acerca de nosotros mismos al preguntar honestamente entre la próxima generación acerca de la imagen de Jesús que tal vez no experimenten como la revelación de la verdad de Dios que les haría dejar atrás bienes menores y que transformaría sus vidas. Al indagar, debemos ser lo suficientemente valientes como para enfrentar el juicio de la reina de Saba o de los hombres de Nínive. Pero si lo contrario es cierto y la próxima generación, en parte a través de nuestro testimonio, ha reconocido lo que Jesús representa, entonces demos gracias gozosas a Dios.