“Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano” (Mt 8: 8)
Esta línea del Evangelio de hoy para el primer lunes de Adviento nos invita a reflexionar sobre el poder de la palabra y la autoridad investida en Jesús. En nuestra época, abrumada por mucho ruido, las palabras parecen haber perdido su impacto. Pero aquí, en esta historia del Evangelio de Mateo, un hombre que, sujeto a los comandantes y emperadores, sabe lo que una palabra puede lograr, intercede ante la Palabra. Él ruega por la curación, no por él mismo, sino por otro. La fe del centurión en el poder de la palabra de Jesús deja a Jesús asombrado.
En una forma algo modificada, la confiada oración del centurión encuentra un lugar en nuestra celebración de la Eucaristía justo antes de recibir la Comunión. La liturgia nos invita a reconocer que no somos, ninguno de nosotros, dignos de entrar en comunión con el Señor del universo. Esto no es falsa humildad; esta es la verdad. Sin embargo, como el soldado, hablamos con la convicción que proviene de la fe: el poder de la Palabra sana y nosotros necesitamos sanidad. Venimos a Jesús porque de muchas maneras estamos quebrantados y creemos que la Palabra ofrece plenitud de vida.
Los largos meses de ansiedad debido a COVID-19, nos han puesto de rodillas a muchos de nosotros, suplicando la curación de nuestros seres queridos, familiares, amigos, vecinos y personas de todo el mundo. Las palabras de nuestra liturgia, sin embargo, nos recuerdan que más allá de la curación de una enfermedad física, nuestro interior anhela ser restaurado a la plenitud. Al acercarnos a la mesa del Señor, con fe en nuestro corazón oramos, “una palabra tuya bastará para sanarme.”
Te invitamos a agregar tus propios comentarios sobre esta publicación en Facebook.