En mi región hay una devoción popular de Jesús cuyo título es el “Señor Forastero”; lleva este nombre porque la imagen vino desde el Perú. Personalmente este título siempre me recuerda el texto en el que Jesús se acerca a los discípulos en el camino a Emaús. Al principio ellos no lo reconocieron, pero algo les decía que en aquel desconocido había algo especial. Parecía no tener noticias de lo acontecido en Jerusalén y sin embargo era capaz de aportar luz sobre aquella situación. Es que el plus de vida que aporta la resurrección nos lleva a descubrir la realidad en que vivimos desde una perspectiva nueva; más allá de nuestros límites.
Podemos compara nuestra vida con un camino. No tenemos a nuestra disposición un entrenamiento previo o un manual con todas las instrucciones posibles que nos permita hacer el camino con total seguridad. En este caminar que es la vida “se hace camino al andar” como dice la canción de Joan Manuel Serrat; es decir, vamos aprendiendo a vivir viviendo. Pero la vida nueva que nos ofrece el Señor Resucitado abre nuestra mente y corazón, cambia nuestra mirada. No se trata de un entrenamiento especial ni de un instructivo perfecto sino de una apertura de visión que nos permite descubrir la presencia y la acción de Jesús en medio nuestro.
Esta nueva mirada nos permite descubrir en el otro no el infierno (como pensaba Jean-Paul Sartre) sino a nuestro hermano/hermana; nos ayuda a comprender que la comunidad no es un obstáculo sino el ámbito donde Jesús está vivo y operante. Esto es lo que hace que los discípulos al darse cuenta de que el forastero era Jesús regresen inmediatamente a la comunidad para compartir aquella nueva vida ofrecida y recibida.