La escucha profunda es un acto de amor. Cuando realmente escucho, me despojo de todo para abrirme a la novedad. Escuchar es el intento dejar mis ideas preconcebidas y acercarme con respeto a la otra o a lo que Es. Sin embargo, resulta que es extremadamente difícil soltar y dejar ir lo mío para acercarme y entrar en relación con el/la otrx, especialmente cuando no comparto sus creencias, actitudes o acciones. O cuando simplemente, como Jesús nos echa en cara a todos y todas en el Evangelio de la liturgia de esta semana, cuando endurecemos nuestro corazón.
Me atrevo a decir que endurecer el corazón no es el origen del problema, sino el resultado de un proceso de afrontar los encuentros con y desde la mente, y no con nuestra atención. Es decir, cuando optamos descargar nuestros juicios, pensamientos y leyes y ponemos las ideas (especialmente sobre lo que es bueno y malo) por encima del encuentro real con quien o con lo que tengo presente. A mi parecer es lo que está pasando en la conversación entre los discípulos y Jesús; ellos tienen mucho más interés en confirmar sus propias ideas de lo que es licito o correcto, conceptos mentales, que en la atención y escucha amorosa a la relación entre personas. Y lo que está pasando en el país, donde cada vez se dificulta más tener conversaciones respetosas. Con corazón endurecido no funcionan las relaciones de pareja ni tampoco la democracia.
La experiencia nos confirma que cuando se nos escucha plenamente, ocurre algo maravilloso. Cuando alguien verdaderamente suelta, o por lo menos suspende, sus pre-juicios o reacciones, para escucharnos, nos expandimos. La escucha mutua abre al mundo de la novedad donde las relaciones cobran vida y crecen. En verdad, sin regresar a esa capacidad innata que tenemos de asombro ante la novedad, capacidad que tienen los niños y niñas antes de “aprender” las descargas del mundo de los adultos, es imposible, relacionarnos con pureza de corazón. Esta semana podemos intentar practicar conscientemente la escucha a lo que “no me parece” con la disponibilidad de soltar lo mío y ver algo novedoso en el otro/otra.